martes, 24 de septiembre de 2013

El final del verano

El verano ha tocado a su fin (aunque las vacaciones ya acabaron hace un tiempo), y es momento, como cada año, de hacer balance de cómo ha ido. Ha sido un verano atípico. Nuestra mudanza ha marcado drasticamente esta época del año que, en otras circunstancias, solía ser mucho más tranquila.
Mudarse de casa es siempre complicado. Es algo así como una carrera de fondo, ves la meta a lo lejos, que en este caso seria el descanso y el confort soñado, pero parece no llegar nunca. Si utilizáramos un símil seríamos la Reina Roja de Alicia, aunque en ocasiones nos sentimos más bien como un hámster dando vueltas en su rueda.


Empezamos muy ilusionados llenando cajas y cajas de libros y de objetos que ni recordábamos tener. En esos casos nos hacia la misma ilusión que cuando encuentras un billete de cinco euros olvidado en un bolsillo. ¡Tantos libros! ¡Tanta ropa! ¡Tantas COSAS! Cada vez estamos más cerca de la desesperación, pues nuestra nueva casa es más pequeña, así que nos preguntamos: ¿dónde vamos a meter tanto trasto? A estas alturas, ya no son nuestros queridos libros, los recuerdos de la vida, de los viajes realizados, los objetos útiles y necesarios del día a día; no, ahora empezamos a mirar cada pertenencia con un poco más de odio. Nos cargamos de paciencia y rogamos, sobre todo, que nuestros muebles quepan en su nueva ubicación, sólo pedimos eso, ha pasado a un segundo plano que queden bien. El mueble colonial que compramos, tan bonito, tan chollo, se ha convertido en nuestra mayor pesadilla. Menos mal que hay buenos amigos que te ayudan en los momentos de desesperación. Estamos muy agradecidos con Ágata, Crispulo y Jordi, pues sin su ayuda nunca lo habríamos conseguido. Es curioso, ahora el mueble no parece tan grande. Supongo que es una percepción subjetiva una vez superado el escollo. Sin embargo, ese día Enrique no estaba en casa. Coincidió con la visita-prueba que hizo al nuevo Born Centre Cultural antes de que se abriera al público.
































La visita al Born fue gracias a la invitación de Xavi de Las crónicas de Thot y sirvió para que Enrique se escaqueara de tan complicada operación, pero también para que desconectara, ni que fuera una mañana, del desgaste físico y psicológico que representa cambiarse de casa.
Ahora hay que ir al "templo" (Ikea) a comprar lo que nos falta. El cansancio y la falta de sueño hacen que algo tan fundamental como las dimensiones de la habitación en la que vas a colocar el armario ropero se queden en casa... La opción del suicidio primero o del asesinato después pasaron por mi mente, pero no quedan bien, dan mala imagen, por lo que era más práctico pedir ayuda a la familia, y dicho y hecho. Gracias a ellos, también. Tenemos la sensación de que una mudanza es una labor cooperativa. Sin la ayuda de otras personas es impracticable. Así pues, tras estar desde las once de la mañana hasta las seis de la tarde en el "templo", y darnos cuenta que la señorita que nos confeccionó el armario, se había olvidado la mitad del mismo y tener que volver a entrar, comprar, hacer cola para pagar, más cola para el transporte y alguna otra fruslería adicional, salimos de ahí con dos certezas:
1- Es conveniente evitar la visita al "templo" en un plazo de tiempo lo más prolongado posible.
2- La comida del restaurante tarda mucho en digerirse.
Ya estamos un poco más cerca de la meta, hemos pasado una ola de calor a pelo, sin nuestro querido aire acondicionado. Ahora ya lo tenemos, cuando ya nos podemos apañar con ventiladores, ley de Murphy. Y en los intervalos de espera de unos y otros, sacamos fuerzas para ir a comprar plantas, llenar macetones enormes de tierra y regar religiosamente dos veces al día nuestras nuevas compañeras de patio, rogando que no se mueran en seguida. Y de momento aguantan. Hasta la buganvilla, que parecía muerta, ha empezado con sus brácteas a teñir la pared de rojo sangre.                
Solo queda poner en el armario nuestra ropa, y tirar, tirar cosas y seguir tirando pues ya se sabe que una mudanza es la mejor oportunidad para desprenderse de lo prescindible (y, a medida que desaparecen trastos también en la misma proporción desaparecen cifras de nuestra cuenta bancaria).
Ya queda menos, solo pequeños detalles, colgar cuadros, seguir guardando (embutiendo) trastos, colocar cortinas...pronto alcanzaremos la meta y disfrutar de nuestro nuevo hogar.
Y aunque han sido unas vacaciones atípicas, también ha habido tiempo para la diversión. Un día salimos a comer cerca del puerto y dimos un paseo, casi nos fundimos al calor del sol, pero agradecimos poder hacer algo diferente. El colofón de este verano fue la visita de nuestra sobrina. Diez días con una niña de nueve años dan para mucho, sobre todo si está dispuesta a aprender y pasarlo bien. Disfrutamos mucho yendo al Museu de la Xocolata, al Tibidabo, a las fiestas de Sants y a cenar ahí con los amigos blogueros, a la piscina a la playa, al cine...Pero lo más importante fue que todo lo hicimos con una sonrisa en la cara.


No quiero olvidarme de un clásico: la bebida de este verano. Si nos seguís, ya sabréis que cada año nos da por algo diferente y éste hemos descubierto el mojito-exprés gracias a Cris. El invento consiste en un vaso de hielo picado, un chorrito a discreción de ron y Laimon fresh, un refresco con sabor a limonada y menta.



Ahora toca incorporarse a la rutina. Aunque eso siempre es duro, estamos contentos de nuestro nuevo hogar. Aún queda por colgar algún cuadro, ordenar libros, pero ya estamos en casa, y estamos de vuelta.
Lo cual no deja de ser la misma vieja historia de cada año: